Anoche cuando volvía a mi casa en Londres de trabajar me di
cuenta que el mundo se está yendo un poquito a la mierda. Lo cierto es que no
necesitas más que ver el telediario o cualquier informativo para confirmarlo y
a veces ni eso. En los medios salen las desgracias, obra de intereses
económicos, rara vez religiosos y en su mayor parte de ansias de poder. Pero
fuera de esto te das cuenta que no son solo gobiernos, empresas u otros entes
los que con sus acciones están convirtiendo el mundo en un lugar menos
apetecible, sino que somos nosotros, como seres humanos y uno por uno. Cuento
el porqué de todo esto:
Pasada hora y media la medianoche londinense. Un autobús, el
típico de estas tierras, rojo, dos plantas, un vehículo normal. A su paso por
Stratford, parada multitudinaria en la noche y lo cierto es que también por el
día. Ya se han montado todos y cada uno de los que debían montarse rumbo a su
hogar o a la cama de alguien. No había andado ni cinco metros el autobús cuando
se detuvo y una señora empezó a aporrear la luna del vehículo. El conductor no
hizo nada, ni tan siquiera abrió la boca, únicamente espero a que aquella mujer
se cansase y continuo con la marcha. La razón de los golpes, ni idea, una vez
se desplazó el autobús con el fin de seguir el camino pude ver como una señora
de raza blanca con una bolsa en la mano la emprendía a golpes con otra pareja
en mitad del asfalto, mientras a su lado había un hombre fuerte, con poco pelo
y la crisma abierta, le fluía la sangre, recorría todo su rostro el cual tenía bañado. El bus continuo su camino. Hubo alguno del autobús que aquello le hacía
gracia, yo sin conocer a ninguno allí presente, me daban tanto unos por la
gresca, como el que reía, pena y vergüenza ajena.
La ruta llegó a mi parada y me bajé, apenas me quedaban cien
metros para llegar a mi casa. Andaba yo la calle y me di cuenta del sonido de
una furgoneta blanca con el motor encendido y las luces apagadas. Dentro de
ella se encontraba un hombre, de color blanco sin camiseta tumbado en los
asientos delanteros, probablemente dormido, con la ventanilla un poco bajada y
supongo que la calefacción del auto puesta. Esto me llevó a pensar si se
trataba de una persona que no tenía casa o más bien había discutido con su
pareja y decidió o por voluntad propia o sin ella no dormir bajo el mismo techo
de alguien que no compartiera su punto de vista. Podría ser cualquier cosa.
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