“Si paseas por Londres solo veras pesimismo…”, decía el
director de Trash (Ladrones de esperanza), Stephen Daldry. Nada más lejos de la
realidad. Sus calles se agolpan de gente cabizbaja envuelta en grandes
chaquetones donde ocultar el frío de la intemperie.
Su metro a medianoche pone cara al ritmo de la ciudad,
personas con el rostro desencajado que no saben que postura tomar en el
subsuelo y que al llegar a casa darán varias vueltas en su colchón antes de
quedarse dormidos. Vivir se transformó en un trabajar, comer, follar y dormir,
sin más. Quizá eso sea vivir dirán aquellos que lo hayan mamado desde pequeños.
No hay londinenses, solo ciudadanos que la habitan. Los
ingleses hace tiempo que dieron por perdida la capital de Inglaterra, ahora son
los grandes negocios y el turismo los que la gestionan e indios, rumanos,
húngaros, italianos, españoles y un largo etcétera de nacionalidades los que
mueven la ciudad. Aquí no acabaron los refugiados de guerra, pero si los de los
malos gobiernos.
Con un nivel de vida muy caro en cuanto a enseres básicos,
esta metrópoli solo permite vivirla a quien viene de turismo y no está oprimido
por necesidades primarias de conservar lo poco que se tiene. Hacerse un hueco
es una lucha muy larga y hacerlo de forma positiva aún más. Faltan sonrisas,
falta alegría, falta optimismo, falta energía, Londres tiene mucho, pero el
nihilismo se ha apoderado de sus habitantes.